Carlos López Otín
Carlos Gómez-Moreno Calera y Miguel Pocoví Mieras
Hoy es un día muy grato para el que hace esta laudatio, es decir "alabanza" de nuestro nuevo doctor honoris causa. También lo es para nuestro Departamento de Bioquímica y Biología Molecular, que lo ha propuesto y, muy especialmente, para el otro padrino que nos acompaña, el doctor Pocoví, que ha impulsado desde el principio la propuesta y debo resaltar también el interés que nuestro Rector, Manuel López, ha puesto para que este momento ocurriera. Y, puesto que éste es un acto solemne en el que la Universidad se viste con todo su boato, quiero comenzar mi elogio recordando que nos encontramos en la Sala Paraninfo de este bello, emblemático y más que centenario edificio hoy, feliz y espléndidamente recuperado de la Universidad de Zaragoza. Paraninfo se emplea hoy para describir la sala más importante de una universidad donde tienen lugar los actos de apertura de curso, conferencias, lecciones magistrales, etc. Eso es lo que estamos haciendo hoy en esta sala, presentar y acompañar en su nombramiento como doctor honoris causa por nuestra universidad a un científico aragonés que ha realizado extraordinarios descubrimientos acerca de las bases moleculares por las que se rige el desarrollo de los diferentes tipos de cáncer y otras enfermedades, proyectos interesantísimos desde el punto de vista estrictamente científico pero que, además, tienen un tremendo impacto porque afecta a nuestra salud. La palabra Paraninfo proviene de dos palabras griegas: el prefijo (para) para, que significa junto a, al lado de y (ninfe) nimfh, que significa novia recién casada. En realidad Paraninfo se utilizaba para describir a la persona, normalmente amigo cercano de la novia, que acompañaba a ésta en su boda. Yo estoy cumpliendo hoy este cometido, pero no en una boda, sino en un acontecimiento científico de la mayor importancia simbólica para nuestra Universidad: estamos acogiendo en nuestro claustro universitario a una persona joven, pero ya con una extraordinaria relevancia en el campo científico internacional, que ha nacido en nuestra tierra y se ha sentido siempre muy ligado a ella y queremos vincularlo Aragón y a su Universidad.
El doctor incorporado en nuestro claustro universitario nos ha demostrado que se puede hacer investigación en una universidad como la de Oviedo, lejos de los grandes centros científicos, no sólo internacionales, sino también españoles, digamos de Madrid o Barcelona. Él podría haber desarrollado su labor científica en nuestra universidad si, después de su periplo de formación, se hubiera asentado en Zaragoza pero, cosas de la vida, se enamoró de Gloria, una asturiana y ya sabemos lo que ocurre en estos casos, que se fue a vivir a la tierra de su mujer. Para mí es especialmente relevante este hecho por encontrarme, o haber recorrido un trayecto paralelo. Habiendo yo nacido en Granada y hecho la tesis en Sevilla, lo normal es que hubiera desarrollado mi carrera investigadora en Andalucía. Pero me trasladé a Zaragoza al conseguir mi Cátedra y aquí me quedé. Encontré el ambiente adecuado para sacar adelante mi proyecto investigador contando con el suficiente apoyo institucional y, sobre todo, con la extraordinaria entrega de los jóvenes que se unieron a mi grupo para comenzar a investigar. Los logros alcanzados en nuestro caso no tienen, ni mucho menos, el nivel de los que el Dr. López Otín tiene en su haber, pero me encuentro, como él, queriendo decir muy alto y claro que, hoy día, en España, incluso en universidades donde la investigación, al menos en algunas áreas, no había sido puntera, se puede hacer una investigación muy digna. Como yo les digo continuamente a los alumnos que me piden consejo acerca de dónde pueden hacer su tesis doctoral, creo que deben hacerla en un grupo de mucha calidad científica. Pueden pensar en hacerla en algún centro europeo, o americano, lo que resulta más difícil, o en Australia o Japón, pero en España, en Oviedo, en Zaragoza, en Sevilla, se puede hacer una tesis de la mejor calidad, como se ha demostrado en innumerables ocasiones. Es verdad que la carrera investigadora no se acaba al conseguir el doctorado y que, después de él, es conveniente, casi obligatorio, visitar algún laboratorio, también de un nivel científico muy alto, preferiblemente abordando un tema de investigación relacionado con el que fue motivo de su tesis, pero diferente. Es necesario explorar otros campos, usar otras técnicas, interaccionar con otros investigadores, antes de instalarse en el sitio donde se desarrollará su verdadera carrera investigadora. Eso lo ha hecho Carlos de manera muy brillante.
Y otro aspecto interesante que nuestro nuevo doctor ha realizado de manera muy brillante es la de las colaboraciones científicas. Hoy día los científicos nos vemos obligados a colaborar con numerosos grupos que son expertos en determinadas técnicas o áreas de conocimiento. Nuestro laboratorio y nosotros mismos, no podemos abordar todas las técnicas que hoy día son necesarias para poder probar una propuesta, un modelo, una hipótesis que hemos planteado. Necesitamos apoyarnos en elementos, personas expertas, equipamiento que no existe en nuestro laboratorio. Eso implica salir a buscar a quien lo pueda hacer con nosotros. A veces esa persona o grupo se encuentra en otro pasillo del mismo edificio o en otro centro de tu universidad. Pero con mucha frecuencia, la persona, el grupo que te interesa se encuentra en otro país o en otro continente y hay que contactar con él. Y no sólo eso, hay que convencerlo de que le interesa colaborar con tu grupo. Eso significa algo más que saber trabajar en el laboratorio, significa vender lo que haces, organizar un equipo, integrarte en un macroproyecto, cumplir plazos, asistir a reuniones y discutir resultados. En definitiva, significa hacer Ciencia de verdad y el Dr. López Otín lo ha hecho a lo largo de su vida. Por cierto, que una de las colaboraciones más fructíferas y que, desde Zaragoza vemos con gran interés, es la del Dr. Elías Campo, investigador, también aragonés de Boltaña (Huesca), que es jefe de sección del Departamento de Anatomía Patológica del Hospital Clínico y Provincial de Barcelona y director clínico del Centro de Diagnóstico Biomédico del mismo hospital. Elías Campo y Carlos López Otín son los directores científicos del proyecto de secuenciación del genoma de la leucemia linfática crónica asignado a España como parte del proyecto mundial para la secuenciación del genoma del cáncer gestionado por el Consorcio Internacional del Genoma del Cáncer.
Por otra parte, Carlos López Otín ha colaborado con grupos del Departamento de Bioquímica de la Universidad de Zaragoza. Quizá el más relevante de estos trabajos es el llevado a cabo conjuntamente con el Dr. José Antonio Enríquez en el que se describe que los complejos proteicos que intervienen en la captación de la energía contenida en los alimentos y que utilizan los diferentes organismos para su transformación en ATP, se lleva a cabo mediante la asociación de dichos complejos en una estructura superior, los llamados supercomplejos, lo que aumentaría la eficiencia del proceso. Estos trabajos han sido publicados en la revista Science y están en estos momentos en pleno debate por la comunidad científica.
Recorrer las publicaciones de López Otín es encontrarse con trabajos realizados en colaboración con numerosos grupos de muchos países diferentes. Algunos ejemplos son paradigmáticos, tiene un artículo publicado en la revista Nature con 75 autores incluyendo algunos que no son autores individuales, sino centros completos de investigación. Es decir, su trabajo se engloba en una red a través de la cual se abordan proyectos de investigación gigantes, que implican analizar miles de muestras de diferentes pacientes con una determinad patología, un tipo de cáncer, en el que se analiza el genoma en busca de alteraciones genéticas que indiquen la modificación que sufre un determinado gen de un individuo y ello lleva consigo, o contribuye, al desarrollo de un cáncer. Ésta sería la clave para detectar el posible origen genético para ese tipo de cáncer. Estar incluido en esa red es muy meritorio al mismo tiempo que es de esperar que un trabajo tan extenso, con tal cantidad de datos acorte el camino hacia una propuesta sobre las bases moleculares de una enfermedad.
Otro aspecto destacable de su actividad investigadora es el número, la calidad y el ritmo de publicación de sus artículos en las revistas. Es bien sabido que la calidad de un trabajo científico se mide por el nivel de aceptación que tiene una determinada revista en la que se publica el trabajo. Algunas revistas son clubes donde sólo entran los más distinguidos investigadores ya conocidos en el campo. Si un grupo desconocido envía a esa revista un trabajo para publicar sólo le dejarán entrar después de estudiar muy a fondo la calidad del trabajo que se presenta. Es el caso de la revista americana Science y la británica Nature: pues bien, nuestro nuevo doctor tiene 4 artículos publicados en Science, 10 trabajos en Nature y 22 en revistas de Nature más especializadas (Nature Genetics, Medicine, Review, etc.
Con respecto al ritmo de publicación de nuestro nuevo doctor podemos decir que, una vez finalizados los primeros 7-8 años de tesis y primeros años de período postdoctoral, que realizó en el laboratorio del Dr. Eladio Viñuela, esposo de la muy conocida científica Margarita Salas, en Madrid, en el que el ritmo de publicaciones fue de 1 a 3 artículos de un buen nivel por año, lo que es normal en un investigador que funciona bien, pasó a 10-16 por año cuando él es el investigador principal del trabajo: es una muestra de su capacidad de liderazgo y agudeza en la búsqueda de los problemas interesantes en la investigación. En ese nivel se mantiene hasta que en los últimos años ha subido el ritmo hasta los 26 artículos por año, siendo, además, más abundantes las publicaciones en Nature en este período. Verdaderamente muchos de los resultados corresponden a consorcios a los que he aludido antes y que implican muchos grupos de investigación trabajando en un aspecto concreto de numerosas muestras biológicas. Pero resulta impresionante el ritmo de producción científica de la más alta calidad. Y todo ello en la Universidad de Oviedo. Tiene hasta este año unas 30.000 citaciones y un índice H de 85, es decir 85 publicaciones con, al menos, 85 citaciones. Un extraordinariamente alto nivel.
Pero quizá lo más sorprendente de su bibliografía, aparte de su elevadísimo índice de impacto, es la diversidad de temas interesantes en los que ha publicado y lo ha hecho aportando datos, propuestas, conclusiones de verdadera relevancia, puesto que han sido publicados en las revistas que hemos citado. Su primer tema de trabajo, como investigador principal, fueron las proteasas, enzimas que degradan proteínas. Si hay que escoger una proteína que lleve a cabo una función poco relevante, aburrida, rutinaria, es una proteasa. Pues bien, el Dr. López Otín descubrió que llevaban a cabo una labor importantísima en los procesos de envejecimiento y en el cáncer, acuñándose el término degradoma para designar a una maquinaria degradativa compleja que interviene en dichos procesos de una manera programada. Las proteasas ya no son aburridas ni rutinarias, son estrellas.
Otra línea de trabajo que ha tenido relevancia desde el punto de vista científico pero, también, social ha sido la que se refiere a una enfermedad muy rara y devastadora llamada progeria que se caracteriza por que los niños que la sufren presentan un proceso de envejecimiento brusco y prematuro en sus primeros años de vida y que sitúa su esperanza de vida en menos de 15 años. Ha sido especialmente impactante el caso de Nestor y Guillermo, dos niños españoles que envejecían rápidamente, aunque no tenían problemas cardiovasculares (infartos o ictus) que son las enfermedades que, normalmente, acaban con la vida de los afectados. El estudio del genoma de estos dos niños, así como de sus familias, ha permitido saber ahora que ninguno de ellos tenía alguna de las formas de progeria conocida, ninguno portaba las alteraciones genéticas ya conocidas. El origen de la enfermedad está en una mutación genética distinta (BANF1), diferente a las identificadas hasta la fecha. Carlos se convirtió en el amigo más querido de estos niños.
En un artículo de revisión titulado ”The hallmarks of aging”, publicado en la prestigiosa revista Cell en colaboración con la Dra. María Blasco, directora del Centro de Investigaciones Oncológicas, (CNIO) una de las investigadoras más destacadas en España, Linda Partridge del University College de Londres y directora del Max Plank Institute of Aging, y Guido Kroemer, conocido investigador del Instituto de Investigación de Salud francés, del Instituto del Cáncer y otros centros de investigación de Francia y que está muy relacionado con investigadores del Departamento de Bioquímica de Zaragoza, describen 9 señas de identidad del envejecimiento que incluyen: inestabilidad genética, desgaste del telómero, alteraciones epigenéticas, pérdida de la proteostasis, sensores nutricionales desregulados, disfunción mitocondrial, senescencia celular, agotamiento de la producción de células madre y comunicación intercelular alterada. Un ejemplo de sus importantes contribuciones científicas en campos diversos de la salud humana.
Carlos nació, como todos ya sabemos, en Sabiñánigo y recibió los primeros conocimientos científicos en nuestra tierra, primero en el Instituto San Alberto Magno de Sabiñánigo y después en la Facultad de Ciencias de nuestra universidad. No cabe duda que su profesor de Química en el instituto, D. Isidro Lafita, que fue alcalde de Sabiñánigo, influyó en que eligiera Química como la licenciatura a seguir. Cuentan sus compañeros de esa época que Carlos era muy inteligente y trabajador. De hecho, cuentan sus compañeros que, a pesar de ser muy callado, a veces, se atrevía a levantar la mano para decirle a D. Isidro que creía que se había equivocado al deducir una fórmula. Pero, desde luego, los profesores de Biología, en la Facultad de Ciencias, sembraron en él la semilla de la inquietud que habría de llevarle a continuar la búsqueda de la verdad científica en el mundo de la Biología. Creo recordar que él se he referido en alguna charla en Zaragoza a su profesor de Biología en esta Facultad, que fue don Horacio Marco. Él fue quien le despertó el interés por la Biología que luego daría lugar a su vocación científica. Y no es de extrañar, Don Horacio era un profesor peculiar, a veces un poco estrambótico, pero con unas muy buenas cualidades docentes. Digo que era peculiar porque todos lo hemos vista acudir a la Facultad en invierno con capa. También porque en el día de San Valentin le regalaba un clavel a las chicas, a las que, por cierto, galanteaba al estilo de caballero español antiguo, mientras que a los chicos les regalaba rosquillas cuando sacaban un cero en un examen, cosa que no era del todo infrecuente. Pero daba unas clases estupendas, divertidas y, con frecuencia, sorprendentes. Sus dibujos en la pizarra eran bonitos, elaborados, limpios. Dibujaba francamente bien. Fue de los primeros que utilizó proyecciones de imágenes en clase, por ejemplo de microscopía electrónica con los que mostraba descubrimientos que se habían hecho recientemente, ya que su curiosidad científica le llevaba a estar siempre al día. Leía con mucho interés la literatura científica y se la comunicaba a los alumnos. De la misma manera presentaba en clase los modelos o teorías científicas como hipótesis discutibles que podían ser sometidas a comprobación mediante experimentos. No seguía el modelo más utilizado en épocas pasadas de que los descubrimientos científicos eran dogmas de fe que un señor muy sabio había propuesto y que todo el mundo debía aceptar. La Ciencia es un fuego intelectual que, como otros fuegos, es difícil de iniciar, pero fácil de extender por contacto directo, si se dispone de combustibles, de cerebros sedientos de saber. Como en la Universidad de Zaragoza no podía cursar estudios de Biología, ni tampoco de Bioquímica, López Otín se desplazó a la Universidad Autónoma de Madrid, para estudiar Química y después la rama de Bioquímica. Es evidente que estuvo acertado. La Bioquímica ofrecía entonces, lo mismo que sigue ofreciendo ahora porque han pasado pocos años desde entonces, un panorama de innovación, de descubrimientos, de hallazgos que a López Otín le tenían probablemente deslumbrado casi tanto como lo está ahora que conoce mucho más de esa materia.
Afortunadamente hoy día los medios de comunicación nos permiten seguir los pasos de personas distinguidas que hacen su trabajo lejos de nosotros e, incluso, en campos en los que no estamos muy versados. Por eso la ciudad de Zaragoza, su Universidad, también los vecinos de su ciudad natal le conocen, han oído hablar de él, saben que está haciendo una labor muy importante para la Ciencia. Tanto es así que le propusieron como pregonero de las fiestas de Sabiñánigo en 2007 y se le ha puesto su nombre a un Centro de atención de niños con dificultades desde donde ha estado al tanto del desarrollo de éstos. Un caso concreto es el de un niño enfermo de leucemia que necesitaba un cordón umbilical para el trasplante. Carlos se comprometió al máximo en su búsqueda. Finalmente no pudo ser y el niño falleció, pero Carlos se volcó con esa familia, que le está muy agradecida.
Deseamos, por tanto que Carlos continúe con su brillante labor científica en la Universidad de Oviedo, pero desearíamos que este nombramiento sirviera para estrechar más aún los lazos con la Universidad de Zaragoza y, sobre todo, con sus alumnos, de manera que les sirva a éstos de estímulo y faro en su carrera investigadora, siendo conscientes de que los resultados de sus investigaciones podrán, algún día no muy lejano, afectarnos personalmente para curarnos o, al menos, proporcionarnos un tratamiento que nos ayude.
He dicho.
Carlos Gómez-Moreno Calera