Nacido en Barcelona el 31 de marzo de 1922. Falleció el 5 de febrero de 2007 y fue enterrado en Jaca, su tierra de adopción. En ella pasó más de la mitad de su vida desde que, en 1963, en la tasca de San Juan de la Peña, recibió del director del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el edafólogo don José María Albareda, el encargo de creación del Centro Pirenaico de Biología Experimental, precedente del Instituto Pirenaico de Ecología actual, con el que continuó colaborando hasta el día anterior a su fallecimiento, tras su jubilación oficial acaecida en 1987.
Licenciado en Ciencias Naturales por la Universidad de Barcelona en 1943 y doctorado en Madrid en 1950 con un tema sobre ecología de insectos-plaga, se caracterizó por tratar de integrar los resultados de sus investigaciones en la mejora de calidad de vida de las gentes de la montaña, sin renunciar por ello ni a la precisión académica que se autoexigía, pero también trasmitía e imponía a sus colaboradores, ni a la profundización investigadora sobre temas concretos que rápidamente extendía a las disciplinas cercanas pues estaba convencido de que “en estos espacios de contacto es donde se encuentran las mejores posibilidades de progreso aplicado”. Esta convicción, casi inevitablemente, le llevó a considerar todos los temas desde un planteamiento ecológico, ya que no ecologista, como acostumbraba a recordar.
Su labor investigadora estuvo impregnada de un profundo conocimiento del territorio. Antes de doctorarse tuvo tiempo de conocer Cuba, Estados Unidos y la mayor parte de la Europa desarrollada, especialmente Francia y Suiza, lo que le confirió amplitud de miras y saberes de los que carecían la mayor parte de los investigadores españoles de la época, anclados en bibliotecas y laboratorios. Sus contactos con los principales institutos europeos de investigación -primero de biología y posteriormente de los más específicos, a la par que integradores, de la montaña- fueron convenientemente intensificados en su etapa de director del centro de Jaca, y los mantuvo toda su vida al máximo nivel.
Aquí estuvo una de las claves que contribuyeron a propulsar el camino de sus discípulos y del propio IPE que recibió el espaldarazo de su gran prestigio exterior compartido con otro de los pilares y cofundadores del Centro Pirenaico de Biología Experimental, el botánico Pedro Montserrat, al igual que él, profesor de investigación del CSIC e igualmente preocupado por el progreso y aplicación de la Ecología de Montaña vista como parte de la Ecología Humana.
Esta implicación en la gestión constituye otra de las características relevantes de la personalidad del doctor Balcells. Fue, entre otros cargos importantes, director del Centro Pirenaico de Biología Experimental (1963-1983) director del Instituto de Estudios Pirenaicos (1966-1984) Consejero de Número del CSIC (1968-1976) y vicepresidente del Patronato Alonso Herrera, (1971-1976) presidente del Comité Español para el programa de la UNESCO, “Hombre y Biosfera” (1975-1978) su vicepresidente hasta 1988 y, hasta poco antes de su muerte, representante del CSIC en el Patronato del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido.
Pero su labor de gestión no se acababa en puestos oficiales y por ello su trayectoria vital no puede entenderse sin hacer mención a su labor como empresario que comprometió su propio patrimonio para sacar adelante la vaca pirenaica en una labor en la que supo combinar sus conocimientos de biólogo, en funciones de ecólogo, con el convencimiento, demostrado desde su propia experiencia ganadera, de las bondades de esta raza tanto para contribuir al equilibrio ecológico de la montaña como para competir ventajosamente en el mercado por la calidad de sus productos.
Deja publicados más de trescientos trabajos científicos que, especialmente en los últimos decenios de su vida, abarcaron un amplio espectro temático reflejo de su preocupación por acercarse a la ecología de montaña desde enfoques variados aunque siempre complementarios. De ello se benefició su disciplina de origen, pero al tiempo supo trasmitir tales inquietudes a profesionales de otras ciencias, empezando por su labor formativa en los Cursos de Verano iniciados a finales de los sesenta, así como en las continuadas excursiones de campo que acabaron por formar la urdimbre del IPE tanto en lo humano como en el compromiso de vinculación con la montaña y sus gentes.
Hasta tal punto ha llegado este compromiso personal de Enrique Balcells, que ha dejado materiales que permiten ya el funcionamiento de Museos Etnográficos; ha integrado a las gentes de la Jacetania en los quehaceres diarios del centro que, para muchos, se ha convertido en referencia de actuación para sus actividades, y todo ello ha llevado a que la ciudad de Jaca haya reconocido su labor concediéndole el “Sueldo jaqués”, su más alta distinción en el año 2000, y otorgando su nombre al andador que separa los edificios del CSIC y de la Universidad de Zaragoza, la cual, a propuesta del Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio, tuvo a bien nombrarlo doctor honoris causa por sus múltiples contribuciones aquí escuetamente esbozadas
José Luis Calvo Palacios