José María Lacarra nació en Estella (Navarra) el 24 de mayo de 1907 y falleció en Zaragoza el 6 de agosto de 1987. Ocupó la cátedra de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza desde el 21 de noviembre de 1940 hasta su jubilación en 1977, al cumplir los setenta años de edad.
Licenciado en Filosofía y Letras (1928) y en Derecho (1933) por la Universidad de Madrid, doctorado en Historia (1933) también por esa Universidad; en 1930 ingresó en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, destinado al Archivo Histórico Nacional. Becado por la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, durante el curso 1933-34 asistió en París a los cursos de la Sorbona, la École des Chartes y la École Pratique des Hautes Études. A su regreso a Madrid, en los dos cursos siguientes, desempeñó la docencia como profesor auxiliar en la cátedra del profesor Claudio Sánchez Albornoz.
Durante todos estos años de formación estuvo vinculado al grupo de investigación aglutinado entorno al profesor Sánchez Albornoz en el Centro de Estudios Históricos. Participó en la fundación del Instituto de Estudios Medievales, colaborando en el proyecto de los Monumenta Hispaniae Historica y en la redacción del Anuario de Historia del Derecho Español, como encargado de la preparación para la edición de los textos jurídicos medievales.
Pasó la guerra civil en Madrid, actuando, como archivero del Estado, en las actividades de salvación del patrimonio artístico, bibliográfico y documental.
Desde su incorporación a la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza se involucró en la gestión académica. Inmediatamente ocupó el cargo de secretario, luego de vicedecano y desde 1949 decano, puesto que abandonó en 1967, tras dieciocho años de gestión, pasando a ser decano honorario. Entre 1972 y 1975 fue vicerrector de la Universidad con el rector Vicente Gella. Desde 1954 se encargó de la dirección de los Cursos de Verano de la Universidad en Jaca.
En todas estas tareas desplegó una gran actividad. Ordenó los servicios fundamentales para el buen funcionamiento de la docencia y la investigación. Reguló el sistema de la biblioteca, impulsando la adquisición de libros, centralizando su catalogación y préstamo; consiguió la instalación en el edificio de Letras de la Biblioteca General Universitaria. Participó activamente en la elaboración de los nuevos planes de estudio aprobados en 1953. Dirigió la ampliación de la oferta docente y de la plantilla de profesores, lo que permitió la temprana implantación de las especialidades de filología hispánica, inglesa y francesa en la Facultad y la sección de Geografía. El establecimiento de las nuevas licenciaturas impuso un crecimiento del edificio, lo que se tradujo primero en la construcción del pabellón de Geografía, después el de Historia, que se inauguró al tiempo que Lacarra cedía el puesto decanal, pero dejando ya iniciados los trámites para elevar dos pisos más al cuerpo central del antiguo edificio.
En su Cátedra, desde la llegada en noviembre de 1940, buscó establecer en la medida de las posibilidades, los métodos y las convicciones didácticas que había recibido de sus maestros. Al margen de programas oficiales, en los seminarios y clases prácticas se procedía a comentar documentos, lecturas y trabajos; se buscaba la reflexión en grupo, el intercambio de ideas, la aportación de iniciativas y la transmisión de inquietudes. Como fondo, la investigación del pasado histórico de Navarra y Aragón, partiendo de la recuperación y estudio de las fuentes documentales, y con el objetivo de descentralizar el rígido concepto hispano, más sólido que nunca en torno al eje castellano, que anulaba cualquier atisbo de historia propia.
Durante los treinta y siete años de actividad docente e investigadora en la universidad atendió a las sucesivas promociones de estudiantes que asistieron a sus clases y dirigió una veintena de tesis de doctorado y numerosas tesis de licenciatura. Publicó casi dos centenares de artículos y libros, creó y dirigió revistas especializadas de historia y colecciones de monografías y fuentes documentales, organizó reuniones científicas que marcaron tendencias en el medievalismo europeo, participó en los más importantes congresos internacionales de su especialidad, dictó cursos y conferencias en las universidades de Poitiers, Burdeos, Toulouse, Berkeley, Coimbra, Lisboa, Oporto, etc., presidió las sesiones dedicadas a la reconquista española en la Universidad de Tejas (Austin); fue elegido representante por España en la Comisión Internacional de Historia Urbana y miembro de la Medieval Academy of America.
Su prestigio y autoridad científica han constituido siempre un referente para los estudiosos de la Edad Media y Lacarra ha influido directa o indirectamente en la formación de los medievalistas españoles actuales.
Entre sus numerosas publicaciones, pueden señalarse, Notas para la formación de las familias de fueros de Navarra (1933), su participación en el insuperado estudio Las peregrinaciones a Santiago de Compostela (1949, 3 vols., junto a Luis Vázquez de Parga y Juan Uría), Documentos para el estudio de la reconquista y repoblación del Valle del Ebro (3 series entre 1946-1952), Aragón en el pasado (1960), Honores y tenencias en Aragón (1968), Historia política del reino de Navarra desde sus orígenes hasta su incorporación a Castilla (3 vols., 1972), la parte de alta Edad Media en la Historia de Zaragoza (1976).
Fruto de su trabajo, de su vocación fuera de toda duda por la Historia y la Universidad, le llegaron en vida los reconocimientos públicos. Primero, los más transcendentes y agradecidos, los recibió de sus propios colegas, los doctorados honoris causa por la universidad de Toulouse, por la Universidad del País Vasco, por la suya de siempre, Zaragoza, y por la de Navarra y, como culminación de una brillante carrera, su elección como académico de número de la Real de la Historia (1971) en la que ingresó con su discurso sobre “El Juramento de los Reyes de Navarra”, y en la de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza, en la que leyó su discurso, “La expedición de Carlomagno a Zaragoza y su derrota en Roncesvalles”, en diciembre de 1980; luego, antes de la jubilación, la concesión de la Orden de Alfonso X el Sabio al Mérito Docente (1973).
Después, los homenajes públicos, como el Premio Inmortal Ciudad de Zaragoza y su nombramiento de hijo adoptivo de la ciudad (1976), Medalla de Oro de Navarra (1984), Premio San Jorge del Gobierno de Aragón (1987) y finalmente, habiendo ya fallecido la Medalla de Oro del Ayuntamiento de Zaragoza, el título de hijo predilecto de Estella y la Medalla de Oro de su villa natal.
Honores y distinciones ante las que la timidez le hacía disimular su emoción y llamaba “música celestial”, posponiéndolas a su íntima satisfacción por el trabajo bien hecho y por haber sido honesto en su vida y en su profesión, algo que cifraba, a sus 77 años, en haber actuado siempre “según las creencias, frente a quienes sólo se mueven por intereses”.