Pablo Serrano Aguilar (Crivillén, Teruel, 1908-Madrid, 1985)
Escultor y teórico de la escultura, cuya obra se mueve entre dos lenguajes artísticos, el expresionismo figurativo y el constructivismo abstracto, pero siempre dotada de un hondo sentido humanístico. Formado técnicamente en Barcelona, entre 1920 y 1925, en las Escuelas Profesionales Salesianas de Sarriá, dentro de la tradición de corte figurativo y académico, se traslada a Sudamérica en 1930, donde van a transcurrir tres décadas de su quehacer docente y artístico: la primera década en la ciudad de Rosario de Santa Fé, en Argentina, estableciendo una escuela de escultura y realizando las puertas de bronce de la cripta del Colegio de San José (1935); las dos siguientes décadas en la ciudad de Montevideo, en Uruguay, donde conoce en 1946 a Joaquín Torres García con el que funda el grupo “Paul Cezanne”, que va a constituir el inicio de su aventura abstracta. De espíritu cosmopolita y siempre atento a la evolución de la escultura occidental, desde Montevideo, donde realiza las puertas en madera de cedro del Palacio de la Luz (1953), comienza a sobresalir obteniendo premios en los Salones Nacionales de Artes Plásticas, que culminan en 1955 con un gran premio y una beca de estudios para viajar durante dos años por el extranjero, que le permite regresar a España, donde era un desconocido. Su incorporación a la vida artística española en este año de 1955 no pudo realizarse con mejor fortuna, ya que obtiene, compartido con el escultor Angel Ferrant, el gran premio de la III Bienal Hispanoamericana de Arte, celebrada en Barcelona.
De este modo Pablo Serrano se incorpora activamente a la vanguardia artística española del momento, siendo integrante como miembro fundador del grupo madrileño “El Paso”, en 1957, del que también formaban parte los pintores aragoneses Antonio Saura y Manuel Viola. En sus primeros ensayos vanguardistas en tierra española experimenta con el hierro, en la huella de Julio González y de Angel Ferrant, con la serie de Hierros soldados; en estos momentos le preocupan más los aspectos formales, como la recuperación artística de las escorias o de las técnicas de la forja del hierro. Ya en la serie siguiente, Ritmos en el espacio , datable entre 1957 y 1960, su investigación se centra en las relaciones que se establecen entre el espacio y el objeto ausente, en aquello que el escultor denominaba “ la presencia de una ausencia”.
A partir de 1960 la investigación de la relación espacial se hace cada vez más profunda e implica al hombre; entonces el espacio puede devenir en un elemento protector de la vida en la serie de Bóvedas para el hombre, una idea que desarrolla y completa con las series de Hombres-bóveda , Bóvedas lumínicas y Hombres con puerta, donde en estas últimas los interiores o concavidades, en bronce brillante y pulimentado, simbolizan el espíritu y la inteligencia, mientras que el exterior, de textura rugosa y oscura, representa a la materia envolvente, teniendo siempre al hombre como horizonte y razón de la escultura.
A partir de 1966 el escultor ensaya nuevas series, en las que destacan los hallazgos de carácter iconográfico, como sucede en las Unidades-yunta , obras en bronce o en mármol, integradas por dos partes independientes, que son susceptibles de ser unidas y acopladas a la perfección, donde la abstracción no es más que aparente, dominando el simbolismo de la relación interpersonal. En la misma línea desarrolla más adelante la serie de los Panes, que también se muestran partidos para que puedan ser compartidos.
Junto a estas series, que se adscriben a la vanguardia artística, Pablo Serrano, cuyos comienzos salesianos fueron los de un sólido conocimiento del oficio, siempre defendió los valores eternos de la escultura, destacando en algunos géneros tradicionales de la misma, como el retrato o la escultura monumental al aire libre. Sus retratos constituyen interpretaciones dominadas por un rico claroscuro de fuerte carácter expresionista, sobresaliendo algunas cabezas como las de José Camón Aznar, Juan Antonio Gaya Nuño, Antonio Machado, el doctor Fleming, Alberto Portera, Miguel Labordeta o Luis Gómez Laguna, entre otros; el historiador de la escultura contemporánea Francisco Portela ha relacionado estos retratos por su fuerza expresiva con los de Jacob Epstein, aunque sin incurrir en el pesimismo del inglés.
Asimismo en la escultura monumental al aire libre Pablo Serrano se mueve libremente entre la tradición y la vanguardia, conjugando con naturalidad elementos figurativos y abstractos, como se aprecia en las dos imágenes de San Valero y del Angel de la ciudad, que flanquean las puertas del Ayuntamiento de Zaragoza (1965), o en los monumentos a Miguel de Unamuno en Salamanca (1968), a Benito Pérez Galdós en Las Palmas (1969, a Gregorio Marañón en Madrid (1970) o a La labradora turolense, situado en el parque del ensanche de la ciudad de Teruel (1976).
Esta práctica bipolar de su escultura entre la tradición y las vanguardias artísticas estuvo siempre acompañada de una fuerte reflexión teórica, que puso por escrito en abundantes textos y manifiestos, de prosa tersa y limpia, donde se pronuncia con facundia y rotundidad sobre su modo de entender la escultura. Entre los escritos de mayor empeño y alcance cabe destacar “ Intraespacialismo: Manifiesto” (Madrid, marzo de 1971), “ El lenguaje y la comunicación en la escultura” ( en Once ensayos sobre arte, Fundación Juan March, 1975) y “ Relación espiritual y formal del artista moderno con su entorno” ( Discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1981). Asimismo mantuvo criterios muy sólidos de carácter didáctico para la renovación de las enseñanzas artísticas en España, defendiendo la separación entre la formación de carácter técnico, por un lado, y la de carácter teórico, por otro, para que el escultor, una vez aprendido el oficio, pudiera abrazar libremente aquellas tendencias artísticas que le fuesen más afines.
Cuando le sorprende la muerte en la madrugada del 26 de noviembre de 1985 Pablo Serrano había culminado una brillante carrera artística, con obra suya expuesta en los principales museos y colecciones de arte contemporáneo del mundo, habiendo logrado el máximo crédito de la crítica profesional. A ello contribuyeron sin duda su fuerte personalidad y la tenaz e incansable proyección cultural del artista de Crivillén. Entre sus críticos han destacado algunos aragoneses, catedráticos universitarios de Historia del Arte, como José Camón Aznar, Federico Torralba Soriano, Julián Gállego Serrano y Manuel García Guatas. Su última empresa cultural, lograda tan sólo cuatro meses antes de morir, y que impulsó con el mayor empeño, fue la creación de una Fundación-Museo, que llevase su nombre, donde además de exponerse el generoso legado de su obra, se promoviese la creación artística entre los jóvenes. El Museo Pablo Serrano es hoy una espléndida realidad, instalado en los talleres del edificio Pignatelli de la ciudad de Zaragoza, un espacio donde había trabajado su padre, remodelado para Museo por el arquitecto José Manuel Pérez Latorre, y gestionado por el Gobierno de Aragón.